domingo, 29 de abril de 2012

Feliz Día del Animal

La autora, escritora y guionista Meche Martínez nos regaló por el Día del Animal este hermoso relato sobre su gata Mumi. ¡Prepárense para emocionarse!


Mumi: Mi Aristogata 
Ella, tiene dos grandes momentos, el amanecer y el anochecer tardío, culpa mía, soy su dueña, y así la voy criando, malcriada. Durante el día, pasa de sillón en sillón haciendo minisiestas según mis movimientos, hasta que el sol aparece en el jardín, entonces el sueñito lo sigue ahí, hasta que el vientito de la tarde comienza a moverle seguido los bigotes (aunque es nena no se depila). 
Entra al living. 
Su ingreso no es común, se acerca a mis pies y se apoya en mis zapatos, su gesto dice: “haceme fiesta que aquí llegué”, mi mano se agacha a su trompita y Mumi la besa con su áspera lengua hasta que doy vueltas por su hocico. La mimo un poco, logra siempre que corte mi actividad laboral y mi ensimismamiento. La acaricio suave. Recién ahí y cuando ella decide, corta su dosis de afecto y camina elegantemente nutrida de amor, con paso fino y firme hacia la cocina. 
Obliga a admirarla… es la única que cautiva mi atención sorprendiéndome. Se acerca a su plato de alimento, come sin ruido y sin estridencias, bebe agua y después, va directo a las piedritas, hace pis, sale y se limpia en el lavadero, jamás adentro, es muy educada mi princesa. 
Luego elije un sector que no haya usado para seguir con su descanso, la casa amplia es toda suya, lo tiene claro. 
“Linda vida la tuya eh, tu dueña trabaja ¿y vos? ¿qué me das?” Y sin dejar de mirarme, gira de un lado al otro, cuando no hace una sucesión de roles, y hasta que no me acerco captando mi curiosidad por sus habilidades, no detiene sus jirones. Acaricio su panza y siempre es igual, me emociono. 
Porque desde que llegó no hace otra cosa que darme amor incondicional, no me pide nada, se arregla casi sola, y hace que mis anocheceres y mis amaneceres sean de alegría, me arranca muchas sonrisas, no es poco en este mundo tan convulsionado. 
Mumi es la máxima realidad de mi ficción diaria. 
A pesar de haber llegado en un momento de dolor, Mumi Martínez Quintana, es la mejor herencia que recibí de la hermana de mi papá. 
Tía Leonor vivía en el barrio de Liniers, y acortando la historia, mis padres se distanciaron y pasaron 25 años sin verse con ella. 
Yo fui la única que la volvió a ver por dos años, Mumi ya estaba en su casa, pequeñita, arisca y muy destrozona. La había encontrado pero era de su vecina, la gatita vivía escapándose, hasta que un día, la misma vecina le dijo a tía que se la quede y la llamó Mumi. 
Pasaron 2 años, la hermana de papá enfermó gravemente y en una de mis visitas, me hizo un pedido que casi sonó orden: “Cuando me vaya, te llevás a la Mumi” Tía no tenía otro valor más importante, así que me declaraba su gran heredera. Y yo recibí lo mejor que podía darme, estoy muy agradecida por eso. 
Cuando tía partió, fui a buscarla, ni bien me acerqué se enredó en mis piernas, me agaché, dio un salto, y se colocó en mi pierna izquierda. La alcé y solita se reubicó, su bracito sobre el mío y su barbilla encima de su bracito, y se quedó quietita como diciendo: “Vamos, yo tengo que irme con vos”. 
Con mi amiga de los 5 años, Silvina, hoy su madrina, la miramos con ternura, agarramos un saquito de tía como para taparla, y para que sienta su olor y no extrañe, bah! eso pensamos nosotras. 
Ya en la camioneta y en brazos de su madrina, comenzó el paseo, con sus ojos celestes enormes que parecían clarísimos, observó por la ventana al cielo, como si la mirada fuera su espejo. 
Al llegar a casa, tenía preparado por intuición agua, alimento y piedritas. La sostuve en mis brazos hasta bajarla en la cocina, la escena fue emocionante. Mumi fue directo al alimento, comió, bebió agua como si siempre hubiera estado conmigo, luego le indiqué con el dedo las piedritas y fue directo ahí, jamás hizo nada fuera del hábitat que le enseñé, dicen que es una virtud de los gatos, yo digo que la mía es especial. Volví a llorar, porque era evidente que quería integrarse rápido.
Abrí las puertas y las dejé libre para que investigue. Mumi se puso debajo de la mesa de la cocina por dos días, a pasos del alimento, el agua y el baño, le quedaba todo cerquita. La verdad, estaba triste, estaba en duelo y ese estado se le notaba en su mirada caída y su nariz seca (los gatos tienen humedad allí) manifestaba la pena como podía, era un momento que la inundaba. Me preocupé mucho, temía que no se adapte. 
Al tercer día, la encontré en el cuarto grande jugando y saltando, brincaba con nada, nada que yo pueda ver, ella evidentemente estaba recuperándose y ganando alegría. Esa noche subió a mi cama y aunque juré y perjuré que jamás dejaría que invada mi espacio, la dejé y recibí sus primeros cariños. Digo los primeros porque mi habitación hoy es su lugar junto a mí, y si por las noches no recibo una buena dosis de mimos, por la mañana ella no tiene los suyos, no es zonza y lo sabe. 
Su aparición me ordenó, me acomodó, me dio un motivo más para mi existencia. Ya hablar de Mumi me provoca un profundo sentimiento, fue la mejor herencia que pude haber recibido tras la muerte de Tía Leo, porque me dejó vida, una vida que me obsequia cada día el amor más incondicional y desinteresado. 
Nunca tuve un animal, hoy pienso que tal vez adopte una hermanita para Mumi, nos llevamos todos muy bien, y creo que estará de acuerdo en que, donde comen dos, comen tres. 
Mi gatita no conoce de egoísmos y sí está llena de generosidad, me la enseña, me la comparte y me obliga a compartir. 
Aseguro que mi vida no sería igual sin ella, y por supuesto que con ella mi vida es un motivo de alegría todos los días, siempre me arranca una sonrisa, como ahora.-


Meche Martínez 
Autora-Escritora-Guionista 
martinezmeche@yahoo.com.ar 
www.mechemartinez.com.ar


Foto: Agustina Machado


¡¡MUCHAS GRACIAS, MECHE!!

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